Pensando en Alfonsina

Cuando leo un poema de Alfonsina puedo leer en él todo aquel dolor con el que permanentemente tuvo que lidiar en su vida, la lucha que tuvo que llevar a cabo para ser quien quería ser, para no traicionarse, frente a una sociedad que no solo no la entendía, sino que la juzgaba por no haber querido seguir el camino que según algunos pocos, más o menos, debía seguirse. Cuando pienso en ella viene a mi mente la exquisita provocación hacia lo masculino que invita al esfuerzo y al trabajo, más que el seguir pidiendo a las mujeres aquello que ellos no pueden dar, no por incapacidad, sino por desidia.

Cuando leo recuerdo como aún hoy en día seguimos enredados juzgando y mirando siempre para el mismo lado, a la mujer y a sus condiciones, sus limitaciones y sus capacidades, poniendo el énfasis en sus errores, sin ver todo lo que cuesta y duele cada paso. Como parece que nosotras fuéramos el origen y el fin de todos los males, y en contadas ocasiones pudiéramos disfrutar de bienestar en nuestras vidas, sin mirar por encima del hombro a la espera de que alguien nos dañe solo por ser lo que somos. Y veo como en muchos aspectos nuestras cabezas no son capaces de sobrevivir sin pensar dentro de los mismos límites de siempre. Cuanto nos cuesta echarnos a la mar de experiencias que vayan más allá de lo conocido y cercano, aprendido y repetido, esencialmente por temor. Y vuelvo a leerla y veo como convivían en ella su fuerte estilo confrontativo y una vida atravesada por el abandono, la enfermedad y la soledad. Y me pregunto, ¿cómo no le fue posible conjugar su manera de pensar con su manera de sentir?, y al mismo tiempo pienso, ¿cómo nosotras podríamos hacer para querer y ser queridas de maneras más sanas y menos sufrientes?. Sin embargo, encuentro más coherencia en ella porque se enfrentó a la vida en soledad, hasta que ya no pudo más. Pero, ¿por qué le pido coherencia?, ¿puedo hacerlo después de habernos dado tanto? ¿No son acaso las personas atravesadas por tremendos dolores y contradicciones aquellas que más pueden enseñarnos acerca de esas experiencias, porque es de lo que más conocen? Y pienso que un camino posible quizás sea aceptarnos más y juzgarnos menos, en principio nosotras, luego el resto, porque si acaso no nos amamos con todas nuestras luces y oscuridades, ¿cómo podríamos pretender progreso alguno en una sociedad que aún no nos ve? Porque no nos engañemos, si bien ahora hablamos de cosas que antes no, aún queda mucho por hacer, sobretodo en cuanto a lograr hacer coincidir ese bendito afán de desterrar el machismo y unas prácticas que nos atraviesan a todas, y siguen cargadas de profundos condicionamientos negativos para las mujeres, y para todos aquellos que quieren serlo.

Abogo por querernos aún en nuestras más profundas contradicciones, mostrarnos aún en nuestras más hondas vulnerabilidades, tratar con ternura a quien queramos, si es aquello que más deseamos, diciendo lo que queramos decir, escribiendo lo que queramos escribir, mostrando nuestro cuerpo cada vez que nos plazca, haciendo lo que queramos hacer, mientras no nos llevemos puesto a nadie, aunque a veces no parece tan simple poder evitarlo. En fin, siendo lo que somos, sin términos medios y a la vez queriendo y viviendo aquello que queremos querer y vivir, no lo que nos enseñaron. Esa es la fuerza que nos hereda Storni, esa es la fuerza dormida dentro de cada una de nosotras. Solo nos queda sacarla y desplegarla, dejar atrás ese miedo absurdo que domina a tantos y sirve de muy poco.

María Beatriz González

Infinitaversa

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