Estoy tendida en el piso, tratando de entender como es que se dieron las cosas, respiro profundamente, pero las respuestas no vienen a mí, no siento nada, solo la certeza de que todo es muy diferente a como lo había imaginado.
Todos los días busco acostumbrarme a esta nueva realidad, donde ya no siento de la misma manera, donde el volcán que alguna vez sentí en mi estómago, ya no existe. Es que hoy por hoy se me hace muy difícil evocar tamaño sentimiento, pues quien lo provoca ya no está, y tengo que convivir con eso, y esa lejanía me congela, tiene muy poco que ver con el ardor que me quemaba solo, sin siquiera tocarme.
Así que estoy como inactiva al menos a ese nivel, pues eso que sentí ya no lo siento, no lo puedo reproducir, no lo puedo visualizar, es que es absolutamente propio de alguien. Esa lava ardiente que me deshacía, ahora es un recuerdo, un hermoso recuerdo que ni siquiera me atrevo a evocar porque ya no quiero ver en mi mente, algo que no puedo vivir.
Es que era una llama tan fuerte que me consumía, recorría cada centímetro de mi con solo mirarme y me fundía cuando finalmente me tocaba. Pero eso era mientras estábamos juntos, la distancia me apaga, me hiela la sangre. Y si bien sigo por mi propio camino, sé muy bien lo que experimenté y fue de las mejores cosas de mi vida, cuesta recrear lo que alguna vez fue real, pues la recreación sabe a falso profeta.
En mi cuerpo solo quedan los estragos de tal incendio, la tierra fértil que se hermana con las cenizas del ayer, todo está por hacer, nada queda por decir, solo el silencio que todo lo estremece. De aquí en más lo que tenga que ser será, solo así puede tener sentido tremenda pérdida.