No me aprisionan los barrotes de tu cárcel
El silencio de las palabras que no llegan a tu oído
Vivo en la piel, en los árboles de ensueño
En las hojas caídas que forman parte de un libro
Arte plegado en forma de papel
Surco la orilla de los ríos que despliegan su cantar
Amaso las ofrendas del ayer y cultivo un cuerpo enmarañado.
Renazco de las cenizas de un fuego que consume mi alma.
Revivo, resuello, descamo cada herida, y así crezco
Lucho cada mañana por encontrar sonrisas,
las mismas que quedaron suspendidas en el aire.
Reclamo porque quiero que mi voz se oiga
Y se oye como se escucha el viento cuando sopla bravío
Enérgico porque no conoce de estrofas,
no sabe dar cumplimiento,
a esas reglas nefastas de buen comportamiento.
Evoco en cada respirar el aliento de tu boca esquiva
Destaco el suave recorrido de las manos que no se miden en tocar.
La tenue melodía que se instala en cada rincón vacío y ahí se queda,
oradando la piedra y renaciendo en flor.
Despierto y agradezco cada segundo y la conciencia de haber sentido.
Sonrío sobre la savia que despiden los aromas del disfrute.
¿Por qué no habría de hacerlo?,
¿Enlazar hasta la médula cada momento vivido?
Es una manera de ganarle terreno a la mortalidad.