A veces ocurren cosas, pequeños actos, detalles apenas, que nos hacen tomar conciencia de algo de lo que no nos habíamos percatado y de repente eso cobra importancia. Los hechos pasados tienen un sentido diferente, otra interpretación asoma y de golpe tenemos la sensación cercana y acusiante de que ya nada es lo mismo. Ya nada es igual, no puede serlo, porque ahora vemos lo que nos rodea de otra manera y sentimos diferente y queremos en consecuencia hacer las cosas de otro modo y nos gustaría rebobinar la línea temporal y decir las cosas que no dijimos, ir a los lugares a los que no fuimos, tener los gestos que no tuvimos. Pero también es cierto que en gran medida ya es tarde y este desajuste entre la conciencia y lo que ocurre desespera. Por eso es preciso decir las cosas, hacerlas, equivocarse veinte veces si es necesario, todo es preferible a desear tener otra oportunidad de haberlas hecho. Más vale pedir mil veces perdón que permiso. Me hubiera gustado entregar ese postre, pero nunca llegó. Me hubiera gustado ver ese espectáculo, pero nunca lo vi. Me hubiera gustado tomar esa mano en ese momento de dolor, pero no estuve ahí. Esas son las cosas que hoy aguijonean el alma. Pero es cierto que mañana será otro día y quizás amanezca una nueva oportunidad.