Se me hace difícil preguntarte cosas de manera frontal porque durante mucho tiempo te tuve acallada, en un rincón, como escondida, entre lo que debía ser y lo que se suponía que fuera.
Pero ha llegado el momento, este preciso instante en el que al fin elijo comunicarme con vos, pues hace rato estamos coqueteando, pero nunca nos miramos a los ojos. Allá por mis 29 empecé a reconocerte, a darme cuenta que ya no podía dejarte de lado, pues eso me hacía sentir mal y yo quería mejorar, quería sonreír de verdad, quería sentir de otra manera. Todo se había vuelto inauténtico, ya ni siquiera me reía, mis sueños más gratos se habían quedado en el camino, vivía de angustia en angustia, no dormía, no disfrutaba, estaba desconectada de todo aquello que podía hacerme sentir bien, vivía en automático.
Había elegido ser madre, y estar presente, porque no tuve una, porque la mía eligió su trabajo, y sus necesidades antes que a mí y eso me marcó de tal manera, que elegí que mi hija me tuviera a mí y yo dejé de lado mi trabajo. No fue una decisión ni dura ni difìcil, la viví tan necesaria que no me tomé el tiempo de sentir el dolor que me causaba. No me daba cuenta que en ese momento no solo estaba dejando de lado un trabajo, sino mi futuro, mis sueños, mis fuerzas y cuando me quedé sola, después de mi divorcio, ahí te encontré querida Mujer Salvaje, ahí ya no pude dejarte ir y tampoco pude escapar más.
Empecé a experimentar, a descubrir poco a poco todo aquello que me hace ser quien soy y a conectarme de vuelta con mi propio placer, sin culpas, lo cual fue una gran sorpresa para mí. Antes vivía cargada de culpas, permanentemente, tanta culpa que no me dejaba apreciar los dones que tenía, la inteligencia con la que siempre conté, mi belleza, mi simpatía, todo lo tuve que descubrir tardíamente, pues no lo había sabido apreciar, no tenía el valor suficiente, vivía con miedo a hablar, a mostrarme, ese miedo permanente y acuciante. La terapia me ayudó mucho, sobre todo a decir las cosas. Siempre subestimé el poder de la palabra, siempre me sentí muy dispersa y desmembrada, ahora me daba cuenta de su importancia para aclarar las cosas, para ponerlas en su lugar y aprender a sanar. Por primera vez me veía a mí, doliente, a medio hacer, pero yo misma, ya no había necesidad de ninguna máscara.
A través de la experiencia derrumbé poco a poco los conceptos que me habían acompañado toda mi vida, sobre como tenía que relacionarme con las personas, sobre lo que era amar y ser amada, sobre lo que era ser madre, ser hija, ser mujer o ser pareja de alguien. Me di cuenta de que las cosas podía hacerlas a mi manera y que eso también valía, que no había una, sino muchas formas de ver el mundo y experimentarlo. Al fin encontré la libertad que tanto había anhelado, pero nunca había tenido.
Es que mi crianza estuvo acompañada de un bastión que al ser adulta no supe dejar de lado, era como un elefante que en su grandiosidad no escapa de una pobre estaca porque toda su infancia lucho por liberarse y no lo consiguió. Me sentía atada, pero logré soltarme.
Ahora se que eso era solo el comienzo, que muchas veces encandila la luz que se ve cuando uno sale de la caverna, que siempre es posible aprender algo más y que muchas veces no le tememos a que algo pueda salir mal, sino que nuestro mayor temor radica en que algo salga tan bien que aquellos lugares cercanos, cómodos y amados a los que estamos acostumbrados ya no nos atraigan más. En ocasiones lo que más miedo da, es soltarnos de verdad, mostrarnos tal cual somos, asumirnos, aceptarnos, pues en ese reconocimiento de nosotros mismos estamos absolutamente solos, no hay nadie ahí que pueda validarnos, ni para bien, ni para mal y eso, aterroriza.
Hace apenas tres años tuve una pérdida, una experiencia traumática a partir de un embarazo ectópico. Casi me muero, y fue ahí cuando tuve la sensación de que era preciso hacerme escuchar, pues el ver el final tan cerca me mostró que nada está garantizado, y nada es para siempre, que si no hacemos lo que queremos ahora, todo puede terminar en un abrir y cerrar de ojos y todo aquello que quisimos ser y no nos animamos se queda ahí suspendido y sin gracia. Ese aprendizaje es el motor que me hizo volver a cantar, que me hizo querer escribir, que me dio la energía para podar el cerco de mi casa de punta a punta, y el ver a mi familia rodearme, apoyarme y ponerse en movimiento también, fue y resultó ser a la vez, el mayor aliciente. Porque algo es seguro, si nosotras accionamos, si nosotras nos mostramos, no solo nos modificamos a nosotras mismas y crecemos en este movimiento, sino que todo a nuestro alrededor se pone en marcha. No es cierta la afirmación propia del sentido común de siempre, de que la mujer debe detenerse para que quienes la rodean crezcan, florezcan y avancen.
Así que ha llegado el momento, el bendito momento de sacar a la luz aquello que siempre estuvo ahí porque hace falta, porque hace bien, porque nos da un futuro y porque nos reconcilia con el pasado. Estoy con muchas ansias de dejar de pelear en vano y hacer cosas que me hagan sentir bien.
Esa es mi promesa, buscar y encontrar, desarrollar y ampliar aquello que de verdad me gratifique, y lo más curioso es que eso se encuentra dentro mío. Puede sonar egoísta, pero es en realidad un movimiento a mi favor, es el orgullo del amor propio, de ver al fin lo que valgo prevalecer y alcanzar a otros. Creo fervientemente que es así como se hacen realidad todos mis sueños juntos, en la hechura más mínima, en el canto más álgido, en la palabra escrita, en mis amadas hijas y en mis otros amores.
Un saludo Mujer Salvaje porque siempre estuviste conmigo, aunque yo no te viera, porque ahora al fin estas manifestándote, y es algo muy grato de ver…
Infinita versa
Febrero de 2019
Final del Taller de Escritura “La Mujer y el Arte” en @bókogkaffi a cargo de Lucia Cadenazzi.