Acerca de la perfección

Estoy escuchando un Allegretto de Beethoven y pienso en la perfección de la música y en mi afán olvido que soy mujer y que la perfección no es algo que esté a mi alcance, sin embargo, recuerdo que el compositor era un ser humano y eso me tranquiliza.

¿Somos o no perfectos? Algunos dirían que no, yo considero que si no lo somos estamos muy cerca de serlo o que podemos serlo. Por supuesto que no me refiero a la perfección como la ausencia de errores, es decir, el ser absolutamente infalible, sino que considero lo perfecto como una búsqueda constante y aquello que no puede ser ni mejor ni peor, sino que es ideal.

Cuando hablo de búsqueda constante me remito a la vida humana y a su sentido más íntimo que lo podemos encontrar en ella misma. ¿Acaso no nos encontramos dudando a cada momento, naciendo y muriendo a cada instante? ¿Se podría hablar de ciclos que culminan y comienzan en el tiempo y todo el tiempo?

Somos un ir y venir que se retroalimenta, somos un eterno retorno y hasta podemos viajar en el tiempo, sucede que subestimamos el alcance de nuestras capacidades y las reducimos al mundo de los objetos. A veces para estudiarlas, a veces porque nos causa angustia la libertad de ser. Establecemos leyes, imperativos, normas, que nada tienen que ver con nuestro interior y pocas veces lo reflejan. Cuando en este mundo que decimos real percibimos nuestro interior logramos un estado de perfección que no solo nos parece extremadamente corto, sino que generalmente ocupa poco espacio, o emana de elementos cotidianos.

Cuando me refiero a lo que no puede ser ni mejor ni peor, es decir, un estado ideal, siempre hago la misma pregunta ¿Alguna vez sintió que necesitaba detener el tiempo para retener un determinado momento y que no se perdiera en el avatar de la memoria porque era demasiado hermoso, porque se sentía demasiado feliz y porque sabía que no se volvería a repetir? Quienes me contestaron dijeron que les pasó una vez en la vida pero que fue muy efímero. Algunos supieron decirme que luego de esos momentos sobreviene una desgracia que hace más drástica la diferencia entre el devenir y lo excepcional. Por experiencia personal puedo admitir que a mí también me pasó, pero luego siguió transcurriendo aquello que llamo tiempo y todavía recuerdo la diferencia entre ese momento perfecto y lo demás.

Hace rato que pienso, escucho, hago y vuelvo sobre mis pensamientos de manera recurrente con el afán de encontrarle sentido a lo que me rodea, a los sentimientos, al amor, a la vida y a la muerte. Considero que ser humano es una cuestión divina, no solo por los aspectos que conciernen a la constitución física, sino por lo que no se puede cuantificar.

¿Por qué nos relacionamos con otros seres? ¿Por qué reconocemos en los demás a un ser de la misma especie? ¿Por qué nos duele ser? ¿Qué hace que un extraño se vuelva afín? Lo que hace al ser humano divino o perfecto es la capacidad de romper las reglas, de derribar los paredones que lo separan de los demás. Para sobrevivir, para reproducir la especie, para no estar solos. La cuestión es que no somos islas separadas por océanos, no somos máquinas, no somos células, no estamos absolutamente condicionados, tampoco vivimos porque sí.

La vida humana pareciera ser una conglomeración de sucesos y a la vez una existencia, un yo pienso y una nada, pero nunca deja de tener significado. Si pensamos en el sentido que puede adquirir, ¿podemos establecer que es infinita?  Nuevamente surgirían oposiciones porque la mortalidad ha marcado al ser desde tiempos inmemoriales. La finitud se identifica con la muerte física y se reconoce en consecuencia la imperfección humana. Pero retomando mi idea si vemos a la perfección como una búsqueda constante, la muerte pierde sentido, es una instancia de cambio trascendental, nada más y nada menos. Entonces la imperfección estaría dada por el hecho de no poder morir, en el hecho de no poder cambiar.

Hoy se hace necesario cambiar más que nunca, porque se agota el tiempo, ya no podemos seguir desperdiciando vida como si estar aquí fuera en vano, como si no tuviera significado ni fin. ¡Qué triste es el espectáculo que damos! Alguien está decepcionado de nosotros, hemos fallado en la misión que nos fue asignada. Caminamos sin rumbo hacia un futuro incierto que no es catastrófico por imprevisible, sino porque al parece estar orientado hacia su propia destrucción.

¿Qué sucede con la verdad, con el bien y con el mal? Atrás quedaron los tiempos en que parecíamos tener las cosas claras. Nadie tuvo razón y nadie la tendrá, eso no es lo importante. Ahora sabemos que son inútiles las leyes porque solo provocan resistencia. Ya no existen los límites que nos habíamos impuesto, sin embargo seguimos sin comprender por qué estamos aquí.

Pensando en el entorno considero que existe un estado ideal al que todos los elementos que forman la naturaleza pueden llegar. Cada detalle, cada partícula está formada por infinitas posibilidades de ser y el mundo parece estar en absoluta y constante nivelación. El equilibrio caracteriza a la naturaleza porque todos los procesos que tienen lugar en ella tienden al justo medio. En el mundo animal por ejemplo hay reglas de conservación que rigen y regulan la cantidad de especies de manera que ninguna sea capaz de eliminar a otra. Se establece una red de protección que se quiebra ante la presencia de seres exóticos al ambiente. Esto sucede por ejemplo cuando un animal que no pertenece a determinada zona geográfica es introducido a la fuerza. Las consecuencias son generalmente nefastas porque ese animal nuevo se desarrolla invadiendo, obstaculizando e incluso eliminando las formas de vida presentes en el lugar, pero volviendo a la idea inicial eso no significa que la destrucción sea la única opción en esta historia. El ambiente se reconstituye y asimila al nuevo visitante.

Lo mismo sucede con el ser humano. Todo el tiempo se encuentra amenazado por impulsos, pasiones que lo desestabilizan e incluso pueden llevarlo a la desaparición, pero al igual que la naturaleza posee un mecanismo de auto nivelación que le permite reinsertarse y reacomodarse.

Si no existiera la libertad no habría errores, no existiría aprendizaje alguno porque el humano aprende probando, mirando, tocando, gustando oyendo, olfateando. Si bien es por los sentidos que se llega a estas acciones no son ellos los que sienten. La razón solo permite aprehender conceptos de las cosas que parecen existir fuera del hombre o que podrían ser formadas por él mismo, sin embargo, no deja chance al sentimiento, a la emoción del preciso instante en que los hechos se desarrollan. Una pluma cae en nuestra mano, e instantáneamente los nervios presurosos conducen el impulso al cerebro, y este avisa de una caricia. Pero este mismo no nos muestra la emoción que causa esa simple caricia, es eso lo que no se puede traducir como los manuscritos a varios idiomas.

Si no hubiera equivocaciones no habría conocimiento alguno al cual acceder. Existen los errores no solo por su utilidad intrínseca, sino también porque se le puede pedir a cualquiera que imagine como sería determinada situación si tomara una u otra decisión y no podría hacerlo porque necesita de la experiencia para alcanzar una mínima certidumbre y poder contestar. Pero también es cierto que decidimos, a veces sin saber a qué nos enfrentamos, ni siquiera por una aproximación teórica y esa habilidad es la que nos permite ir y volver, a modo de viaje en el tiempo. Nos anticipamos o sacamos conclusiones de cosas que ya pasaron y eso, ¿no es viajar en el tiempo? Muchos dirán que el hombre o aquello que se denomina hombre no lo hace físicamente o cuantitativamente. Yo diría que lo hace razonablemente o sentimentalmente. Ahora vemos desde otra perspectiva, antes nos apoyábamos en otras concepciones…

No importa cuantas veces terminemos reconociendo que somos falibles, pues no se trata de ser perfectos en ese sentido, sino de reconocer nuestra capacidad de darnos nuestra propia razón de ser, consiste en fin en no arrepentirnos de nuestras acciones y no hacer de ellas la fuente de nuestra perdición.

En el ocaso de nuestras posibilidades, cuando las personas que estimamos nos defraudan o vemos que nuestros proyectos no se cumplen del modo en que los teníamos planeados, es difícil pensar que algo dentro o fuera de nosotros pueda ser perfecto. Ese es un ideal utópico que no parece tener que ver con el hombre, por eso prefiero hablar de idealidad.

A veces miramos a nuestro alrededor y cada una de las cosas que hacemos parecen ser hechos perdidos en la nada, pero cuando miramos al pasado de nuestra vida podemos ver un hilo conductor. Algunos dirán que es una ficción que calma la angustia del vivir sin un sentido o una meta. Yo digo que es la razón por la cual estamos vivos. Si no alcanzan las palabras para definirlo, si el mundo del lenguaje no agota esa realidad, lamento decir que estamos limitados por ese tipo de información. Estamos bombardeados por datos que no alcanzamos a procesar y el momento último de desesperación nos damos cuenta de nuestra existencia, justo cuando no nos queda nada que esperar, justo cuando todo parece terminar.

¿Por qué seguimos batallando si todo nos parece tan ajeno? Porque deseamos seguir en pie y contra todo. Porque también nosotros tenemos una misión en el mundo. Creer no significa forjar un mundo de ilusiones, creer es dar cuenta de que esta vida no es solo dato o hecho es también pensamiento y obra.

Idealidad es un punto justo, es el punto en que todas nuestras ansias se ven saciadas y es la espera de un nuevo punto. ¿Qué sucede con las injusticias? Son el resultado de creer que basta con pagar para obtener, que no alcanza con dar, sino con recibir. Que nada nos une al otro más que el contacto. Las injusticias y todo mal sobre la faz de la tierra es resultado de la separación abismal que nos reúne, de creer que somos solo carne y sangre.

Idealidad es saber que nos sentimos absolutamente seguros y que nada nos hará daño. Es el momento en el cual nos volvemos invulnerables precisamente porque en el fondo somos vulnerables. es darse cuenta que bien y mal son categorías de una explicación obsoleta. Que todo está interconectado. Ser feliz a pesar de todo, aceptar la forma de la vida, tal como es. Ver en cada luz una sombra que da cuenta de la luz. Eso es la perfección a mi entender y no necesito esperar a morir para vivirla en cuerpo y alma. Es aquel estado en el cual nos reconocemos a nosotros mismos como partes de un todo. Cuando nos regocijamos de ser felices a pesar de todas nuestras miserias, cuando reconocemos que ser es lo de menos y sufrir en vano también, cuando las cosas nos exceden por vanas y efímeras, cuando miramos en el otro a un gran amigo, cuando un abrazo no nos basta para abarcar nuestra humanidad. Cuando lloramos sin saber bien porque, cuando reímos y miramos hacia el cielo, cuando nos detenemos en nuestra marcha unos segundos y contemplamos nuestras obras.

Es un estado ideal que no tiene comparación, porque es excepcional no se da constantemente, pero se da necesariamente. Es un estado psicológico de saciedad de hartazgo y madurez. Dan ganas de salir de nuestro cuerpo, que no por ser un cuerpo es inútil, pero no nos permite escapar. Cuando vencemos al fin el miedo y nos dedicamos a vivir plenamente.

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